Nuestros ganadores
edición 2020
La escuela que es mi casa
Me encontré en la brevedad
del segundo y el instante
que de forma impresionante
vi mi mundo tambalear.
Una alarma ya encendida
cual campana al repicar
y una corona bandida
hoy nos vino a encerrar.
Mis amigos muy distantes,
mis maestros ni se diga,
tocó dar la despedida
a mi casa de estudiante.
Hoy las clases son virtuales
y aprendo desde mi hogar,
mis maestros, son mis padres
y el recreo, al descansar.
Hoy me asomo a la ventana
y veo el tiempo volar,
pasan días y semanas,
sin correr y sin jugar.
En un futuro cercano
ya me puedo imaginar
la llegada a mi colegio
y a mis amigos al entrar.
El salir sin tapaboca
con la mano saludar
poder dar un fuerte abrazo
y aire limpio respirar.
Y volver a convivir
dentro de un mismo salón,
y al profesor dando clases
prestarle mucha atención.
Desarrollar y explicar
sin ninguna distracción,
y junto a mis compañeros
hacer una exposición.
Imagino emocionado
a mi colegio llegar
y a la niña que me gusta
poder ir a saludar.
Todo esto lo lograremos
si cumplimos cabalmente
con las normas de salud
que hoy en día están presentes.
El covid nos ha obligado,
con su riesgo tan letal,
a tener mucho cuidado
y a la distancia social.
Yo sé que ya falta poco
para ver lo imaginado,
cumpliré todas las normas
y al salir, tendré cuidado.
Es la bioseguridad,
un tema tan importante,
el cuidar muy bien mi rostro
y mis manos con los guantes.
Se volverá una rutina
salir con el tapaboca,
saludar a la distancia
es lo que ahora nos toca.
Y ya para despedirme
haré una gran petición,
a mi Dios de que nos cuide
y a la gente, discreción.
Extraño a mi escuela
Antes del COVID-19
antes de la pandemia
antes, muy, muy antes
de que cerraran las escuelas.
Llegando a mi escuela
nos regresaron a casa
porque había vacaciones
hasta la otra semana.
Cuando llegó el día
de regresar a la escuela
nos dijeron que no
porque ha llegado una pandemia.
Una rara pandemia
un extraño virus
al cual le pusieron
el gran coronavirus.
En el pueblo de China
todo empezó
hasta que en Venezuela
ese virus llegó.
Nos podíamos contagiar
y nos pusieron en cuarentena
cerraron todo
incluyendo las escuelas.
Y yo me he puesto triste
extrañando a mi escuela
esperando algún día
reencontrarme con ella.
Llorando todos los días
sin nadie con quien jugar
yo con mis compañeros
anhelo mucho estar.
De repente me encontré
con una hoja que decía
cómo te imaginas
volviendo a tu escuela.
Bueno, me imagino
los pájaros cantando
y yo, muy feliz,
con mis amigas estudiando.
Una fiesta
con música y teatro,
donde los profesores
nos estarían abrazando.
Todos alegres
contentos y abrazándonos
donde nuestra familia
también estaría disfrutando.
Me imagino todo eso
y muchas cosas más
les prometo que algún día
se las terminaré de contar.
Yo extraño mi escuelita,
ella me trata con amor
les diré cómo se llama
presten mucha atención.
En Casuarito Vichada
estudio en la institución
educativa Antonia Santos
con mucha emoción.
Y el año que viene
veremos qué se puede hacer
para regresar a la escuela
y el COVID-19 nunca ver.
Esto es todo lo que imagino
esto es todo lo que viví
espero que mi poema
los haya hecho feliz.
¡Zas! Del salón a mi sala
De la noche a la mañana
de repente me encontré,
que al salón de mi colegio
ya no podía volver.
Y la sala de mi casa
se convirtió en el salón,
en el que tareas y tareas
había que hacer por montón.
Y una esquinita de ella,
es mi rinconcito especial,
en el que tomo las fotos
para enviar en digital.
¡Y la silla! mi pupitre,
¡Mi perrita! compañera traviesa,
lápices, colores, hojas, cuadernos
¡Todo sobre la mesa!
¡Y la voz de mis padres! el timbre,
pero no el del recreo,
¡hora de esto y aquello!
para que el tiempo no sea
el que me enrede los cabellos.
Tal fue el esfuerzo y plena dedicación,
que no valió lloriqueo, pataleo o frustración,
nos armábamos de guáramo para decir;
“que se abra el telón”.
Escuela, cham@s y familia
nos montamos en el tren
a veces queríamos bajarnos
o pasarnos de andén en andén.
De vez en cuando sentíamos
que se nos agotaba la paciencia,
pero respirábamos profundo
¡Y hacíamos la diligencia!
Y guía tras guía,
aunque armábamos algarabía,
avanzábamos con tesón,
dejando lo más en alto
la escuela y la educación.
Doy gracias a Dios por no permitir
que nos quiten las sonrisas,
niñez, juventud, tan frágiles
y que pasan tan deprisa.
Extraño risas, voces
y el compartir día con día,
esos pequeños detalles
que nos llenan de alegría.
Sé que pronto volveremos
aunque con más precaución,
yo no dejaré mi sala
pero si regresaré al salón.
La salita de mi casa
es testigo de mi historia,
que quizás también cada uno
reflejará en su memoria.
Sé que aún nos queda mucho
camino por recorrer
y aunque mi sala me gusta,
a mi escuela quiero volver.
Mi experiencia en cuarentena
En el año 2020 me ha pasado algo inusual, por motivos de la Pandemia, confinado en el hogar, he tenido que recibir clases de manera virtual.
Con ayuda de mis profes, a través del celular, mis abuelos y la compu, tuve mucho que investigar.
Entre materia y materia, explica y más, reemplacé mis costumbres para lograr atinar.
No fue fácil adaptarme, me acostumbré a caminar, con el sol a mis espaldas y la gente a trabajar, andaba de paso en paso hasta al liceo llegar.
En razón de mis amigos, compañeros y maestros, extrañarlos cada día no pudo evitar.
Además de que en los estudios, en grupos a realizar, mis lecciones no uso completas las debo repasar, ya que los temas tratados son de elemental.
Al justificar mis quehaceres no puedo dejar de pensar, que todos son importantes para poder avanzar.
Tanto Ciencias como Lenguaje, Ciudadanía y Religión, nos dan una base cierta, de aprendizaje mejor.
Los valores aprendidos no puedo justificar, sin el mensaje que quiero, a continuación:
Para mí el mayor reto, al volver a empezar, es unirnos nuevamente y mi rutina continuar, en un ambiente apropiado, con la gente a trabajar, dar lo mejor de sí mismos, en armonía total.
Por ahora me despido, no sin antes acotar, nuestro eterno agradecimiento a ese SER CELESTIAL, por mantenernos saludables y ayudarnos a superar este trance que sabemos, sucede a nivel mundial.
El vestido
Llevo cosiendo un vestido muchos años seguidos, dando mi esfuerzo para conseguirlo. No me he rendido, y no pienso hacerlo, este es el trabajo de mi sueño.
Es el vestido más hermoso de todo el mundo, cuando lo coso siempre dudo, pues me ha llevado trabajo duro y por ello le llamo futuro.
Iba a un lugar muy especial a coserlo, en el cual me enseñarían técnicas de cómo hacerlo. Ahí conocí a buenos amigos, Que me apoyarían en mis intentos.
Mi hilo era como el viento, se metía en la tela como el pasto en el suelo. Verde esperanza era lo que más diferenciaba de todos los vestidos que los demás creaban.
Pero algo pasó inesperado, un virus muy raro llegó. Me obligó a dejar mis clases de lado y el proceso de mi vestido quedó parado.
Me ha tocado coser desde casa no es lo mismo, pues la flojera llama. Sin ayuda, la calidad no es tan buena y el vestido pierde su esencia.
Además, coser con amigos es muy divertido, pero coser solo siempre es algo aburrido. Las clases son algo flojas y las enseñanzas algo costosas.
Pero a pesar de todo, la fe no se pierde porque el vestido se verá reluciente. Cuando vuelva a las clases será increíble y crearé el mejor vestido posible.
Estudiaré todo lo necesario, hasta prepararme al nivel exacto. Comprar todo para estar preparado. Y cuando llegué todo será legendario.
Me esfuerzo porque ese es mi futuro, eso es todo lo que quiero. Construirlo poco a poco, en la escuela donde me esmero.
El alma en la educación
De imprevisto este año todo ha ido cambiando porque una plaga llegó a atacar la salud ahora se debe asegurar. Ya no estudiamos en una institución simplemente se modifica la situación, trasladados de un lugar de voces sonantes, con cantidad enorme de acompañantes, a un hogar familiar y lleno de amabilidad donde nos enseñan en una nueva modalidad.
Al aprender, al estudiar, ahora se usa un medio audiovisual con el cual puedes avanzar, y gracias al apoyo paternal, un aliado encontrarás.
Se enciende una luz, un joven descubrió su virtud debido a que en este momento ha realizado millas de descubrimientos. Qué importa que la cuarentena debamos cumplir, si nuestras metas y deseos nos dejan vivir.
El estudio es como un árbol, que poco a poco ha cambiado, mientras tanto, el profesor, de conocimiento nos sigue abanicando, obteniendo como fruto un colorido y divertido aprendizaje que siempre me será de ayuda a lo largo de mi viaje ya que todo el tiempo lo llevaré conmigo siendo el que me impulse en mi camino.
En poco tiempo aprendí tantas cosas nuevas que me han inundado, me siento feliz de descubrir de lo que soy capaz y de que siempre puedo dar más, pero en mi opinión personal una pantalla no puede reemplazar la humanidad, el amor y la lealtad.
Extraño tanto los comentarios risueños que a veces hacían mis maestros, los juegos chistosos que se inventaban cuando el tiempo libre nos sobraba, quiero volver a ver la multitud que se reunía en el receso cada día, la emoción de frente a frente estar nunca nada la podra igualar, por eso creo que seria genial volver a una clase presencial.
El día en que todo cambió
Parecía un día normal, como todos los demás. Un bonito día de marzo, cuando esos árboles de florecitas de colores adornan nuestro castillo blanco. ¿Cómo íbamos a imaginarnos que sería ese día nuestro último timbre de primaria? Abracé y besé a mis amigos, como siempre solía hacer. Hasta ese momento, los abrazos no estaban prohibidos, despedirse con un beso en la mejilla era lo común y hacer tonterías todos juntos estaba bien.
Desde enero o quizá diciembre, ya sabíamos que había una pandemia en el mundo, pero la veíamos muy lejana. Hubo pequeños cambios en nuestras rutinas, de los que no estuvimos tan atentos, por ejemplo, mi mamá me mandaba a clase con vasitos cónicos de papel, ella sabía que mis compañeros siempre me pedían agua ya que mi termo conserva el agua fría por muchas horas, y me pidió insistentemente no compartir mi termo con nadie. Nuestra maestra por su parte, casi nos bañaba con alcohol en gel cada cierto tiempo y nos obligaba a lavarnos las manos antes y después del desayuno, cosa que muchos hacían a regañadientes, en ese proceso perdíamos casi la mitad de nuestro recreo.
El anuncio oficial se dio en fin de semana. Ya no volvería al colegio el lunes, ni mis padres a la oficina. Desde el lunes estaríamos los tres, las veinticuatro horas del día en los cien metros cuadrados que conforman nuestro apartamento y con un internet deficiente. Sentí a mis padres angustiados y fue la primera vez que me preocupe también. Llamé a una amiga que ahora vive en España, ella me contó acerca de sus clases a distancia, me tranquilizó un poco, aunque para ese momento yo estaba consciente de que Venezuela no es España y que aquí no estábamos preparados para afrontar lo que venía.
Los primeros tres meses fueron muy duros, sentía que aunque me la pasaba literalmente todo el día haciendo tareas, realmente no estaba aprendiendo. Tenía esa sensación, a pesar de que mi mamá es como el personaje que interpreta Julia Roberts en la película “Extraordinario”; ¡Dios Santo!, que señora tan estricta y exigente. Ella es ingeniero y una de las personas más inteligentes que conozco, fue ella quien realmente se convirtió en mi maestra esos meses y hasta le explicó en línea a algunos de mis compañeros.
Entonces empecé a preguntarme ¿Cómo hacían los niños que no tienen una mamá como la mía? Todavía no encuentro una respuesta satisfactoria.
Luego vivimos lo que definiré como “consolidar la pérdida”.
En mi colegio es todo un acontecimiento la promoción de sexto grado, se organizan una serie de actividades muy valoradas por los alumnos y por los padres también. Por obvias razones las hermanas dominicas que dirigen el colegio informaron rotunda y contundentemente que no se realizarían estas actividades. Mis padres y yo entendimos su posición, también era la nuestra, muchos otros padres y alumnos no lo entendieron, pero esa es otra historia.
El regreso a clases también sería a distancia, esta vez en casa estábamos mejor preparados. Mis padres contrataron un servicio de internet más eficiente y yo organicé el estudio a mi gusto. Iniciaría una nueva etapa y lo haría en estas circunstancias. Mi principal objetivo se convirtió en aprender a pesar de los obstáculos.
Los profesores de mi colegio no tuvieron vacaciones, durante ese tiempo se dedicaron a prepararse tecnológicamente para poder seguir enseñándonos en la distancia. Cuando supe esto, pensé que los alumnos debíamos estar a la altura de ese esfuerzo y decidí que daría lo mejor de mí.
Me gusta ver el lado positivo de las cosas, en un libro leí que lo que nos hace más humanos es nuestra capacidad de superar las adversidades. Me agrada pensar en eso. Soy muy afortuna en tener todas las herramientas necesarias para estar cómoda con mis clases a distancia, sin embargo, algunos compañeros no tienen tanta suerte, lo positivo de esa situación ha sido la enorme solidaridad y compañerismo del que he sido testigo, el compromiso que hemos asumido quienes estamos en mejor situación para ayudar a quienes han tenido mayores obstáculos. Eso me parece maravilloso.
Otro aspecto bueno y digno de reflexión es que somos la generación centennial pero a veces me pregunto ¿Le estamos dando un uso correcto a tantas herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición? La respuesta es que ahora sí.
Durante los últimos nueve meses he salido solo tres veces de mi casa. La última vez fue para ir al odontólogo, ese día no pude conectarme a mis clases virtuales. Tal vez la pandemia me ha servido para aprender a observar con más detalle cosas que quizá antes no veía.
El día que fui al odontólogo, atravesamos en nuestro carro la avenida principal del Pueblo de Baruta, mis padres conversaban y yo solo miraba por la ventana. Vi varios niños, algunos más pequeños que yo. Sentí cómo la tristeza comenzó a embargarme, las lágrimas corrieron por mis mejillas ¿Por qué no estaban en sus casas recibiendo sus clases? Vi en ellos a Panchito Mandefua, el protagonista de ese cuento que tanto me gusta desde muy pequeña. Algunos vendían caramelos; otros, verduras que casi no podían cargar. Estaban sucios, desprotegidos e ignorados ¿A nadie le dolía que esos niños estuvieran ahí y no donde debían estar?
Abracé a mis padres, mientras ellos me preguntaban qué me ocurría, y yo no podía articular palabra para responder. Unos días antes me pasó algo muy particular e increíble, para un trabajo de Castellano y Literatura debía investigar acerca de un autor de cuentos venezolano.
Yo elegí a Mireya Tabuas, porque básicamente es una de mis autoras favoritas y porque aprendí a leer con uno de sus cuentos. En su página web estaba la información que necesitaba, pero como soy muy curiosa, yo quería saber más, así que decidí enviarle un e-mail a la dirección de correo electrónico que aparecía allí.
Para mi sorpresa y alegría ella amablemente me respondió y hasta me concedió una entrevista. Antes de finalizar la entrevista le pedí un consejo para los niños y jóvenes venezolanos y parafraseándola me respondió: “Escriban, dejen su testimonio a las futuras generaciones”. Así que esa es la principal razón que me motivó a escribir este relato.
Malala Yousafzai (Premio Nobel de la Paz 2014) fue víctima de un atentado terrorista por alzar su voz en defensa de los derechos de las niñas de Pakistán a la educación. Apoyada en su dignidad, fue capaz de plantar la cara a las injusticias asumiendo riesgos extraordinarios, siendo todavía una niña. Quizá no todos estamos destinados a ser personas tan increíbles como Malala, pero siguiendo el consejo de la señora Tabuas, quiero alzar mi voz por esos niños que hoy tienen cercenado su derecho a la educación en mi país. Quiero hacer un llamado desesperado a las autoridades nacionales e internacionales. Deben garantizar que en el futuro en este país haya médicos, ingenieros, arquitectos, científicos, artistas; no más Panchitos Mandefua.
E S P E R A N Z A con ella me abrigo, con ella me protejo, bajo ella me escudo. Sé que en algún momento volveré al hermoso castillo blanco donde estudio y valoraré cada momento, a cada profesor, a cada compañero. A veces damos por sentado que todos tienen las mismas oportunidades que nosotros y no es así.
Deseo tanto volver a mis clases presenciales como que mi grito desesperado de auxilio sea escuchado
Una escuela, una vida
Los estudios, desde hace mucho tiempo, han sido una parte de mi vida, especialmente los libros y la escritura. Todo eso me ha enseñado lo que sé, y hasta logré obtener una beca en un colegio privado, gracias al conocimiento adquirido.
Desde que comenzó la cuarentena, todo se complicó, pero las medidas preventivas y tecnológicas aplicadas hicieron posible tener clases virtuales, por lo cual estudiar en casa es una buena sensación, y de hecho, siento que he aprendido mucho más que cuando las clases eran presenciales.
Al inicio de la implementación de la educación online, no tenía los recursos necesarios para estudiar cómodamente, sin embargo, me esforcé para adaptarme y conseguí el recurso más importante que es el acceso a internet, sin dejar de lado la utilización de libros, ya que son la fuente más verídica de información, obteniendo como resultado de mi esfuerzo un promedio de 20 puntos en el primer momento pedagógico.
Es impresionante cómo un teléfono pasó de ser un dispositivo de comunicación, a una de las herramientas más indispensables de estudio virtual y, a pesar de mi corta edad, me enorgullece poder manejar estas aplicaciones tan informáticas.
Un aspecto interesante de la educación virtual es que sus posibilidades de aprendizaje son infinitas, dependiendo de la experiencia adquirida, la cual particularmente en mi casa abrió caminos para aprender o desarrollar diferentes actividades de estudio como mapas mentales, conceptuales, mixtas, cuadros sinópticos, comparativos e, incluso, pruebas online con límite de tiempo a través de una nueva página web del colegio donde estudio.
A pesar de que me acostumbro a las clases virtuales, siento que es importante e indispensable regresar a clases presenciales ya que hay actividades como las exposiciones, las cuales no son iguales hacerlas en público que en un video, además las exposiciones también ayudan a superar el miedo escénico.
No obstante, al volver a la escuela me gustaría que planificaran actividades como debates y charlas que hicieran todos los colegios por igual, para que aprendamos escuchando otros puntos de vista. Para ello, estaría dispuesta a compartir mi experiencia en este concurso con el resto de los alumnos.
Una cuarentena de más de cuarenta días
En el inicio de la cuarentena comencé triste. No podía salir, no podía reunirme con mis amigos y solo estaba con mis padres, aunque nos divertíamos jugando videojuegos o juegos de mesa.
Poco a poco, empecé a estar calmado; luego, empecé a ver series de las décadas de los años 70 y 80 como Candy Candy, Marco, Meteoro, Mazinger Z y Fantasmagórico. Estas eran las comiquitas que veían mi papá y mamá, realmente son mejores que las de ahora. Mi hermana nos dio su clave de Netflix y también empezamos a ver series como La Guerras los Clones, de las Guerra de las Galaxias. Aprovechando el tiempo también tomé algunas clases de karate online para empezar a defenderme; hay algunos niños que se meten mucho conmigo por soy muy flaquito.
Pero no todo fue ver películas clásicas y series, también leí unos libros como Don Quijote y Veinte Mil Lenguas de Viaje Submarino con mi abuela, y me arriesgué a escribir. Así que, como práctica, también escribí un final alternativo de Don Quijote porque el final real no me gusto fue muy triste, así que escribí un final más bonito. Así, poco a poco, descubrí que tengo habilidades de escritor, según mi familia, y cree una saga de libros de un personaje inventado por mí que es un profesor venezolano de ciencias y arqueólogo, el Dr. Agustín, que es una especie de Indiana Jones, pero con la ayuda de muchos amigos. Hasta ahora he logrado escribir seis historias.
Antes de que se me olvide, quiero contar que en Halloween me reuní con mis amigos, pero tomando precauciones. Cuando empezó diciembre, quitaron la cuarentena en Venezuela, y empecé a bajar con mis amigos todos los días, bueno, no todos los días, solo me reunía con ellos los viernes, sábados y los domingos.
Con respecto a las clases, en marzo, cuando empecé nuevamente las clases en la computadora, había cosas que no podía entenderlas, pero mi papá me ayudaba mucho. Debo de confesar que no soy muy bueno en matemáticas y me cuesta mucho memorizar las cosas. Aun cuando no tengo clases todos los días, como cuando iba al colegio, debo de preparar muy bien las clases, ya que me pongo muy nervioso para hablar y a veces me da mucho miedo que me pregunten. Pero otras veces, cuando sé las repuestas, levanto la mano para participar, me siento un poco molesto cuando no me preguntan.
Realmente me cuesta imaginar cómo hubiese continuado las clases si no tuviésemos computadoras, teléfonos e internet. Para aprender hacen falta la ayuda de mis profesores, hasta pude hacer educación física siguiendo sus ejercicios o escuchando los consejos y recomendaciones de los otros.
Así, a partir de noviembre, mejoré mis tareas y empecé hacer las cosas solo. Durante las visioconferencias, así le dicen los franceses, ya que por cierto yo estudio por cierto en el Colegio Francia que está en La Carlota cerca de Los Dos Caminos, a veces había problemas de conexión y a veces me preguntaron cosas que no podía entender, pero las empecé a comprender.
Finalmente, terminé mis clases el viernes pasado, bueno, hace unos días, y ahora voy a celebrar Navidad y Año Nuevo y, bueno, ya veré que haré cuando regrese a clases. También yo había hecho un árbol de los valores para mi escuela y me regalaron una taza como recuerdo.
¿Cómo me siento aprendiendo desde casa? Bueno, desde que estoy en cuarentena me ayudó mucho. Yo aprendí cómo resolver las cosas. Aunque mi papa me ayudaba mucho, a veces, yo pude hacer las cosas solo y, la verdad, sé que para muchos la cuarentena ha sido algo terrible, pero me puso genial porque ya las cosas las estoy dominando. Me encanta, y estoy feliz; me siento genial.
¿Cómo será mi regreso a la escuela? Bueno, la verdad es algo incómodo, porque ya hace tiempo que no voy a la escuela. Bueno, es algo que iba bien, solo que es que es muy imposible explicarlo, pero lo que quiero decir es que cuando vuelva clases no sé qué pasará. A lo mejor, las cosas serán diferentes, aunque la verdad estoy muy preocupado, espero sentirme bien cuando vuelva a clases y espero encontrarme con mis amigos del colegio y mis profesores.
No sé, tal vez yo vaya a la escuela en metro o en auto, pero no sé, bueno yo espero que sea en auto porque en metro yo no puedo ir, me provoca incluso hasta desmayos. Será mejor en auto, bueno, espero, porque no sé si mi papá tenga suficiente dinero como para pedir un taxi; pero bueno, lo que yo sé es que regresaré a clases con auto.
¿Qué puedo hacer para que ese reencuentro con la escuela sea de la manera que imaginas? Cuando regrese al colegio, me imagino que los profesores van a querer verificar que realmente he estado aprendiendo. Ellos están muy pendientes en las clases; que nuestros padres no nos ayuden. Así que por eso me estoy esforzando y repasando todo lo que me han dado, realmente quiero que se den cuenta de que sí estoy aprendiendo.
Nos volveremos a ver
Generalmente invertimos más de diez años para nuestra formación escolar y, durante ese tiempo, siempre tenemos días en los que queremos dormir un poco más o quedarnos ese día en casa. Tal vez porque estamos cansados, tal vez porque tenemos sueño y, en algunas ocasiones, porque está lloviendo, pero jamás, ni en nuestros más remotos pensamientos, se nos cruzó la idea de que un día íbamos a desear con muchas ansias volver a nuestra escuela, ver a nuestros profesores y compartir los más simples momentos con nuestros amigos.
Un día salimos de clases, y hasta ahora no hemos vuelto y no sabemos cuándo retomaremos nuestras actividades escolares presenciales. Sin embargo, mientras el tiempo pasa, hemos tenido que adaptarnos a nuestra nueva realidad, a solo darnos abrazos virtual o solo oírnos a través de la distancia. Hemos aprendido lo importante y significativos que son nuestros compañeros de clases que, sin darnos cuenta, forman parte de nuestra familia educativa, aquellos con quienes compartimos mas de seis horas al día durante mas de diez años. Pero impresionantemente, hemos percibido otra cosa, lo importante y necesario que son nuestros profesores en nuestra formación y crecimiento profesional. Nunca nos habíamos tomado el tiempo necesario para detallar la dedicación y el entusiasmo que ellos ponen al enseñarnos. Y ahora que nos toca ser nuestros propios proveedores de conocimiento, nos damos cuenta de lo valioso que es su trabajo.
En este tiempo, hemos estado en casa luchando para aprender cosas que creíamos saber, como un simple ejercicio de matemáticas y el correcto arte de la investigación documental o cosas como el manejo adecuado de la tecnología. Nos damos cuenta de lo débiles y vulnerables que somos y de lo dependientes que hemos sido de nuestros instructores.
Mientras hemos estado estudiando en casa bajo nuestra propia supervisión, y a veces bajo la supervisión de nuestros padres, hemos llegado a sentir cierta libertad, pues sentimos que tenemos el control sobre nuestras actividades. Lo que no sabíamos es que está “libertad" viene con una dosis fuerte de responsabilidad que hemos tenido que aprender en periodos de tiempos cortos para poder cumplir con todas nuestras actividades.
Han sido días difíciles, duros y de mucho estrés, pues hemos tenido que sufrir todo un proceso de adaptación . Mas aun, hay una tenue luz de esperanza que se mantiene encendida todos los días en nuestra cabeza, es el hecho de sentir que algún día volveremos, pero. ¿Cuándo será que todo esto va a pasar? ¿Cómo va a ser cuando esto pase? ¿seremos los mismos después de todo esto? ¿hemos aprendido algo de toda esta situación?. Son muchas las interrogantes que surgen, pero son muchas mas las posibles respuestas a ellas.
Yo siempre pienso: “cuando todo esto pase seremos felices y estaremos juntos de nuevo disfrutando de nuestra compañía invaluable, aprovechando al máximo el conocimiento de nuestros profesores y teniendo la dicha de abrazarnos demostrándonos cariño fraternal”
Sin embargo, una de las interrogantes que mas vuelta da en mi cabeza es: ¿seremos los mismos después de esta experiencia y esta situación que hemos vivido? Tal vez no, muchos de mis amigos han perdido a sus seres queridos en esta complicada situación, muchos otros han perdido cierto interés en su educación y, para otros, fue complicado adaptarse al nuevo mecanismo de estudio que estamos teniendo y abandonaron las clases. Nosotros somos 5to año de Bachillerato, así que tal vez no nos volvamos a ver dentro de un aula de clases; tal vez para cuando todo esto termine, ya seamos bachilleres de la República y no sea necesario regresar, quizás no sintamos ese calor de amigos y hermanos que hay en nuestro salón. Pero, si eso ocurre ¿Qué vamos a hacer? ¿Será que simplemente todo va a acabar allí? ¿Será que es el fin y que no vamos a volver a ser ese grupo de adolescentes rebeldes que jugaba y gritaba en los corredores del Jesús Bandrés? No lo sé, en este momento ninguno de nosotros lo sabe, pero lo que si sabemos es que debemos estar preparados para volver y mantener siempre nuestra esperanza latente de que aquel ultimo día de clases que estuvimos todos juntos, no fue nuestra despedida.
Escalas (o biografía de un sueño)
Es una noche lluviosa. El a simple vista infinito titiritar de las gotas, al golpear las ventanas con una fuerza que hace cientos de generaciones intrigó a Herón, ahora es el tempo de las preguntas que sacuden mi cabeza. Las dudas que no dejan de azotar mis pensamientos y de jugar con mi intelecto, pero también las mismas dudas que sé, en el fondo de mi corazón, que no tienen respuesta. Al menos una única respuesta.
Einstein, el famoso físico que a pesar de poder tener el mundo a sus pies fue capaz de rechazar los impulsos de su ego, decía que “la enseñanza ha sido siempre el medio más importante de transmitir el tesoro de la tradición de una generación a la siguiente”. Él, que sufrió las consecuencias del latigazo que fue la gripe española para la civilización de inicios del siglo XX, mientras saboreaba las mieles del éxito, jamás dudó en defender con el lápiz y la mente, sus armas más poderosas, la importancia de la educación. ¿Qué diría él frente a esta situación?
¿Qué opinaría él de la falta de empatía, de la mediocridad de muchos frente a la educación a distancia? ¿Qué diría Einstein sobre los profesores que se niegan a apoyar a sus alumnos en este proceso, y cómo alabaría a aquellos que no han dudado en entregarse en alma y mente a la loable misión de no dejar que la pandemia interrumpa el crucial proceso de humanización que solemos llamar educación?
Mi profesor de Historia siempre dice que no debemos pensar en lo que podría haber pasado, sino estudiar lo que pasó, pero es inevitable que sentirse desarmado frente a la muralla aparentemente infranqueable que significa la educación a distancia, lleve a tener pensamientos alejados de la razón, y más cercanos al alma de lo que el sentido común y la prudencia suelen sugerir.
Por desgracia o fortuna, mi mente recuerda claramente la sucesión de hechos que rigió mi vida antes de la dramática tormenta que fue la pandemia. Recuerdo tan bien esa vez que traté de crear el piropo perfecto o el sabor de la arepa que cené esa noche, en la que estaba estudiando para una actividad que debía empezar aquel fatídico 13 de marzo que llego, incluso, a dudar de la veracidad de tales recuerdos que atacan mis sentimientos como un virus a una célula. Que atacan a mi memoria como una pandemia a una normalidad que creía imperturbable.
No han faltado las mañanas en que, sentado frente a mi computadora tratando de concentrarme en la estructura del átomo, termino reflexionando sobre por qué en el examen de biología que tuve una semana antes del decreto de la cuarentena no respondí bien la ubicación de las papilas filiformes.
No han faltado las mañanas, también, en que dejo de pensar en lo que pasó y empiezo a construir incomprobables teorías sobre de qué hablaré con mi mamá mientras regreso del colegio en ese mítico primer día de clases tras la pandemia.
Charly García dijo, en su legendaria canción “Los Dinosaurios”, (que suena mientras escribo estas letras tan desesperadas que me hacen dudar de la factibilidad de tal emoción), que “cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada”. Pero, por más aleccionador que sea tal verso o por más de acuerdo que esté con él, sé con toda seguridad que jamás podré desatarme de aquello que ahora encadena mis emociones y acosa a mis pensamientos, pero que muchas veces me ha dado alas y me ha dejado saborear la bebida más deliciosa que alguna vez he probado: el estar satisfecho con uno mismo.
Eso que ahora es un policía que me encadena y ha sido, muchas veces, el avión que me lleva hacia los destinos más paradisíacos, es la educación. La educación, ese proceso que ha permitido descubrirme, pero que hace que sepa, con toda certeza, que jamás terminaré de comprender la turbulencia que suele haber en mi mente. La educación, esa niña en la que no puedo dejar de pensar, pero sé, con toda certeza, que jamás podré saber realmente quién es.
La educación, esa doncella que en su perfección ha prevenido guerras de horror inimaginable para mentes humanas, pero que también ha provocado que aquellos exploradores que se han embarcado en la infinita misión de conquistarla terminen enloqueciendo antes de llegar siquiera a la mitad de su viaje.
Siempre me ha parecido interesante hacer teorías. Creo que ellas son una parte crucial del indispensable proceso de reflexión que es el método científico, pero algo que me atormenta de ellas es que a veces hay que hacer sacrificios para comprobarlas. Y, peor aún, que a veces no está en mis manos su comprobación.
Estos diez meses de encierro han sido, irónicamente, la confirmación de mi opinión con respecto a las teorías. Desde el primer día he insistido en contaminar, o quizá endulzar, mi cerebro de información sobre el regreso a clases como quien, obsesionado con una canción, empieza a formular teorías sobre el significado de su letra y a coleccionar fotografías de quien la compuso, sabiendo que tales prácticas probablemente jamás terminen en nada.
Creo que la primera vez que leí sobre las drásticas medidas que se han tomado alrededor del mundo para prevenir la difusión del COVID-19 fue en enero, cuando me enteré de que en China los colegios empezaban a cerrar y a limitar sus actividades para proteger a sus estudiantes.
Acostumbrado a la típica exageración de ciertas personas, al reportar situaciones que no son del todo agradables, pensé que era un sencillo brote de una enfermedad completamente prevenible y que nuestra tecnología moderna y la ciencia, en la que tanto confío, nos salvarían. Pensé, también, que ese virus jamás llegaría a Venezuela. Que lo lamentablemente aislados que estamos del mundo entero sería, por una vez, nuestra arma secreta para protegernos de la propagación de un virus.
Y qué equivocado estaba. Menos de dos meses después, estaba desesperado tratando de llamar a mi mamá, preguntándole si sabía por qué se decía que iban a cancelar las clases. Y, peor aún, diez meses después estoy tirado en mi escritorio desconfiando de todo: arropando mis deseos y sueños en un pesimismo que, si bien carcome mi felicidad, al menos me protege de decepciones.
De las decepciones a las que estoy tan acostumbrado: como la de pensar que sólo estaríamos sin clases unos 40 días; o como la de pensar que por no haber las condiciones adecuadas para ver clases online, estas serían ligeras y comprensivas.
O la decepción que me llevé los primeros días de cuarentena, al pensar que jamás perdería lo que más amo: ir a mi escuela.
Como escribí más arriba, una de las actividades en las que más he invertido –¿o quizá perdido?– mi tiempo en esta cuarentena es teorizando cómo será el regreso a clases. No sólo he tratado de informarme sobre cómo han hecho los países que han regresado a la educación presencial para que los casos de COVID-19 no aumenten exponencialmente, sino que también he llevado mis sueños de volver a saludar a mis amigos al llegar al colegio por primera vez, tras la cuarentena, al punto, de crear una lista de reproducción con todas las canciones que quiero escuchar en el trayecto entre mi casa y el colegio.
Sin embargo, tras tanto tiempo de reflexión, creo que sólo puedo imaginarme el regreso a clases presenciales como algo duro. ¿Por qué duro? Porque no será lo mismo. Porque los exámenes ya no serán iguales, porque ya no seré de los más pequeños de bachillerato, como antes de la pandemia, sino que estaré más cerca de graduarme que de haber entrado a primer año. Porque nosotros ya no seremos iguales.
Tengo sólo quince años, pero creo que algo que he aprendido con el paso de los años es que pensar en el futuro y poner demasiadas expectativas en él es una pérdida de tiempo, mientras no hagamos nada para cambiarlo. ¿Regresaremos a clases pronto? No lo puedo saber. ¿Cómo será ese regreso a clases? Tampoco lo puedo saber a ciencia cierta, pero sí sé que una vez podamos regresar a la educación presencial nosotros, los alumnos, tendremos una oportunidad excelente de demostrar nuestra capacidad cívica. Tendremos la oportunidad de demostrar que no necesitamos a nadie para, racionalmente, seguir las medidas sanitarias y negarnos a un regreso a clases irresponsable, en el que protegerse del COVID-19 sea imposible.
Ahora, algo que hay que considerar, es que una cláusula del contrato que firmamos al tomar una oportunidad de demostrar algo, es que esa oportunidad también puede demostrar lo contrario.
Lamentablemente, regresar a clases no es algo que dependa de nosotros. Pero una vez que podamos hacerlo, será responsabilidad nuestra dar una lección de civilidad. Será responsabilidad nuestra hacerle saber al resto de personas que los niños no sólo seguimos instrucciones, sino que también sabemos seguir a la razón, esa vela que, desde nuestras mentes, nos permite iluminar el planeta.
El 2020 ha sido de cosas impredecibles, y el regreso a clases seguramente será igual de impredecible. Teorizar sobre supuestos es perder el tiempo, pero pensar cómo podemos, desde nuestra posición de alumnos, ayudar a que ese regreso sea efectivo no sólo es válido, sino que es una responsabilidad.
No perdamos el tiempo pensando qué queremos: invirtámoslo pensando cómo lo podemos lograr. Aunque no podemos definir cuándo regresaremos a clases, sí podemos definir si queremos ser ejemplo de lo bueno o de lo malo de ese regreso.
Seamos ejemplo de lo bueno.
Valeria es una niña de 9 años que vive en un lugar ubicado en Jalaala (región de la Alta Guajira) llamado Kasusain. Cursa cuarto grado en la escuelita de su ranchería, donde es muy apreciada y reconocida por su habilidad en el arte del tejido, como por su gracia y destreza como bailarina del yonna su danza tradicional y su gran repertorio de cuentos, mitos y leyendas con que divertía a sus compañeros.
Un día, la maestra les dio la trágica noticia de que a partir de ese momento las clases presenciales estaban suspendidas por tiempo indefinido por causa de la terrible enfermedad del COVID-19 que aflige a toda la humanidad. También informó que las actividades académicas serían enviadas a través del internet. La niña se sintió muy triste porque no contaba con este medio, y comprendió que ya no podría compartir con sus compañeritos y compañeritas momentos de juegos y tareas escolares juntos.
Desde entonces, la vida de Valeria tuvo otros colores; necesario fue organizarse. Todos los viernes iba con su hermano mayor Utai (Roca), él único que tenía teléfono de la familia, a alquilar internet para bajar todas las tareas escolares de la semana y así realizarla en los días siguientes. Fue a partir de este momento en que sus abuelos, su mamá, su papá y sus hermanos mayores se convirtieron en sus maestros, compartiendo con ellos alegrías, inquietudes y muchos aprendizajes. En sus tiempos libres se dedicaba a atender a los ovejitos pequeños, a tejer con su abuela, a darle de comer a sus gallinas, porque sabía que les sería de gran utilidad, porque ya había vendido dos de ellas para el pago de la conexión wifi.
Una mañana, a la hora de pastorear los ovejos, su mamá le dijo a Valeria que los arreara hasta la pradera para que pastaran, los dejara allá y se regresara rápidamente para ayudar en los quehaceres de la casa.
Después de ayudar a su mamá, se acostó en un chinchorro que estaba colgado bajo la fresca enramada de palma, donde levemente se durmió. Abrió sus ojos y se levantó, ya su padre había traído de regreso los ovejos, por lo que fue directo a contarlos y notó que faltaba uno de los pequeños que había nacido hacía solo tres semanas. Se preocupó y salió a buscarlo por los alrededores, en su búsqueda llegó por las áreas de la escuela, a la cual noto reluciente, estaba recién pintada, vio que había mucha gente allí, por lo que decidió, llegar para averiguar. Pudo observar entonces que algunas personas sembraban plantas, otros inflaban o colgaban globos, las madres colaboradoras entraban y salían muy prestas de la cocina, el director y el profesor de Educación Física colocaban músicas folclóricas.
En medio de este ambiente de fiesta, un señor vestido elegantemente con el atuendo típico de los ancianos wayuu, y que estaba parado debajo del frondoso cují que está en el frente de la escuela expreso a viva voz:
–¡Todo está listo para que regresen los niños y niñas a la escuela!
En ese momento Valeria escucho una bulla que provenía desde el horizonte de la escuela. Cuando ella se volteó a mirar pudo darse cuenta que eran todos los estudiantes que venían con sus corazones cargados de ilusiones, de sueños y metas. Entraron contentos con sus mochilas repletas de útiles escolares e iluminaron la escuela de alegría, de energía, de vida…
Valeria se asustó mucho, al punto de que se le aceleró el corazón al darse cuenta de que estaba vestida con una mantica y cotizas de estar en casa, que llevaba puesto un sombrero de paja y la cara pintada con paipai (protector solar a base de hongo). Ella en su desesperación salió corriendo a su casa mientras gritaba toda asustada:
–¡Esperen, esperen! ¡Por favor, no comiencen sin mí y sin mis padres!
En el momento de mayor desesperación, Valeria se despertó. Había sido solo un sueño, donde soñó que se había despertado, estaba muy sudada y con lágrimas en sus ojos. Su abuela, que la observaba, se le acercó preguntándole que le pasaba. Ella le contó en detalle lo que había soñado.
La abuela que era una Alüüi (persona con capacidad visionaria), interpretó el sueño diciéndole que era un mensaje de Taata Ma'leeiwa (Dios Padre) revelando que es tarea de docentes, representantes, comunidad y sociedad en general poner bonita la escuela para el regreso de los estudiantes y a estos les tocaba poner ánimo y entusiasmo. A Valeria le gustó mucho la interpretación que le dio mamá grande, porque sí, eso es lo que le tocaba aportar. Eso le sobraba.